sábado, 10 de agosto de 2013

LA LEYENDA...

LA TUMBA DE LA MOZA MUERTA  (Leyenda)

Referidas a este suceso o leyenda urbana, podemos encontrar varias versiones.  Como ocurre con este tipo de leyendas, urbanas o no, suele tratarse de narraciones macabras, contadas por nuestros antecesores y que a ellos les contaron los suyos, las cuales  con el paso del tiempo se van a veces modelando, a veces deformando. En este caso optamos por la versión de nuestro incomparable investigador y amigo Dionisio Clemente Fernández. (M. SERRANO)
                                                                                              (Viejas historias cuentan...)

Hace ya muchos años, sería a finales del siglo XIX,  dos jóvenes de Malpartida, Juan y María, se enamoraron profundamente. Las diferencias socioeconómicas estaban en su contra y Juan, sin dinero, pensó que nunca podía llegar a casarse con María si no mejoraba su situación económica. Era un jornalero sin más patrimonio que sus brazos. Juan, en ocasiones, trabajaba en la hacienda del padre de María, que era un importante y poderoso terrateniente. Éste, al enterarse del posible noviazgo de Juan con su hija, se volvió iracundo con María, privándole de salir a la calle si volvía a hablar con ese hombre.  Juan, desesperado, decidió marchar a América a probar fortuna, igual que algún paisano que lo había conseguido, no sin antes despedirse de María. Rápidamente tomó rumbo a América, ilusionado, puesto que ella le prometió que su amor era eterno y le esperaría.

Sola en los corredores de mecedora,
de consola y lorito, sueña el querer
que a Cuba se fue y aquella mujer
está tocando el piano.
Escriben sus blancas manos
cartas de amor que han de volver…

Y pasaron los años. Ella esperaba y él fue amasando una gran fortuna.

La novia del embarcado
Nunca la siesta dormía…

Pasaron varios años y Juan consiguió su propósito. No quiso decir nada a María, tomó parte de sus bienes con rumbo a su tierra para ofrecérselos como dote a los padres de María, con quien pensaba casarse y regresar a las Antillas. Juan, era aficionado a la caza pero nunca había podido ahorrar para comprarse una escopeta, y con él traía una de la cual presumía.
Tomó el barco.

Se bambolea, la galeta en el río,
Se bambolea, que viene de Sanlúcar, con la marea.
Viva Triana y los barcos que vienen desde La Habana.

Al llegar a Malpartida, preguntó por María. Le dijeron que solía ir de paseo todos los días hasta las viñas con su perrito. Era un día de últimos de noviembre con densa niebla, y sin esperar más tiempo, Juan cogió su escopeta y fue a buscar a María. Cuando estaba llegando cerca del alto del Canalizo, vio moverse algo entre el sotobosque y oyó un gruñido estremecedor. Ante él se presentó un enorme jabalí. Se echó la escopeta a la cara y en cuestión de segundos pasó todo. Apareció el jabalí, un perro corriendo tras él y detrás una joven llamando al perro. Salió un disparo de la escopeta de Juan dirigido al jabalí, pero la bala dio en la cara de la joven que murió quedando desfigurada e irreconocible.
Asustado por lo sucedido y sin poder reconocer a la persona que había disparado, Juan decidió enterrar el cuerpo en una zona próxima, y colocó una  piedra con una cruz que rayó en el lugar donde sucedió el hecho. Sin demora volvió a Mapartida, recogió sus bienes, y diciendo que no había podido ver a María, marchó para volver a Cuba.

Viva Sevilla y los barcos que salen de las Antillas.

En el pueblo se comentaba que María había huido con Juan a América porque él no había conseguido fortuna para casarse con ella. Llegado a Cuba, Juan se extrañó de no recibir más cartas de María y pensó que le había olvidado. No se atrevía a preguntar por ella después de lo sucedido. Cierto día, pasado un tiempo, casualmente se encontró con un paisano en La Habana y éste le preguntó por María, comentándole que había desaparecido cuando él estuvo a verla. En aquel momento comprendió que la joven a la que disparó aquel día de niebla era María. Calló y lloró.
Tiempo después, ya en los años 30 del siglo pasado, un joven descendiente de Juan, apareció por Malpartida. Tomó el camino de las viñas y buscó el lugar con la cruz señalada en la pizarra de la que tantas veces le había hablado Juan. Repasó el símbolo y colocó unos azulejos blancos y azules con un ramo de flores. Ese lugar se diría en el futro: La Tumba de la Moza Muerta.

Las mecedoras bailan sus habaneras
con su son de manigua y ron
y se abre el balcón
suspira el pregón…

                    (La Habanera es de Carlos Cano y Mª Dolores Pradera: “La Novia del Embarcado”).




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