LA TUMBA DE
LA MOZA MUERTA (Leyenda)
Referidas a este suceso o leyenda urbana, podemos
encontrar varias versiones. Como ocurre
con este tipo de leyendas, urbanas o no, suele tratarse de narraciones
macabras, contadas por nuestros antecesores y que a ellos les contaron los
suyos, las cuales con el paso del tiempo
se van a veces modelando, a veces deformando. En este caso optamos por la
versión de nuestro incomparable investigador y amigo Dionisio Clemente
Fernández. (M. SERRANO)
(Viejas historias cuentan...)
(Viejas historias cuentan...)
Hace ya
muchos años, sería a finales del siglo XIX, dos jóvenes de Malpartida, Juan y María, se
enamoraron profundamente. Las diferencias socioeconómicas estaban en su contra
y Juan, sin dinero, pensó que nunca podía llegar a casarse con María si no
mejoraba su situación económica. Era un jornalero sin más patrimonio que sus
brazos. Juan, en ocasiones, trabajaba en la hacienda del padre de María, que
era un importante y poderoso terrateniente. Éste, al enterarse del posible
noviazgo de Juan con su hija, se volvió iracundo con María, privándole de salir
a la calle si volvía a hablar con ese hombre. Juan, desesperado, decidió marchar a América a
probar fortuna, igual que algún paisano que lo había conseguido, no sin antes
despedirse de María. Rápidamente tomó rumbo a América, ilusionado, puesto que
ella le prometió que su amor era eterno y le esperaría.
Sola en los
corredores de mecedora,
de consola y
lorito, sueña el querer
que a Cuba se
fue y aquella mujer
está tocando
el piano.
Escriben sus
blancas manos
cartas de
amor que han de volver…
Y pasaron los
años. Ella esperaba y él fue amasando una gran fortuna.
La novia del
embarcado
Nunca la
siesta dormía…
Pasaron
varios años y Juan consiguió su propósito. No quiso decir nada a María, tomó
parte de sus bienes con rumbo a su tierra para ofrecérselos como dote a los
padres de María, con quien pensaba casarse y regresar a las Antillas. Juan, era
aficionado a la caza pero nunca había podido ahorrar para comprarse una escopeta,
y con él traía una de la cual presumía.
Tomó el
barco.
Se bambolea,
la galeta en el río,
Se bambolea,
que viene de Sanlúcar, con la marea.
Viva Triana y
los barcos que vienen desde La Habana.
Al llegar a
Malpartida, preguntó por María. Le dijeron que solía ir de paseo todos los días
hasta las viñas con su perrito. Era un día de últimos de noviembre con densa
niebla, y sin esperar más tiempo, Juan cogió su escopeta y fue a buscar a
María. Cuando estaba llegando cerca del alto del Canalizo, vio moverse algo
entre el sotobosque y oyó un gruñido estremecedor. Ante él se presentó un
enorme jabalí. Se echó la escopeta a la cara y en cuestión de segundos pasó
todo. Apareció el jabalí, un perro corriendo tras él y detrás una joven
llamando al perro. Salió un disparo de la escopeta de Juan dirigido al jabalí,
pero la bala dio en la cara de la joven que murió quedando desfigurada e
irreconocible.
Asustado por
lo sucedido y sin poder reconocer a la persona que había disparado, Juan
decidió enterrar el cuerpo en una zona próxima, y colocó una piedra con una cruz que rayó en el lugar donde
sucedió el hecho. Sin demora volvió a Mapartida, recogió sus bienes, y diciendo
que no había podido ver a María, marchó para volver a Cuba.
Viva Sevilla
y los barcos que salen de las Antillas.
En el pueblo
se comentaba que María había huido con Juan a América porque él no había
conseguido fortuna para casarse con ella. Llegado a Cuba, Juan se extrañó de no
recibir más cartas de María y pensó que le había olvidado. No se atrevía a
preguntar por ella después de lo sucedido. Cierto día, pasado un tiempo,
casualmente se encontró con un paisano en La Habana y éste le preguntó por
María, comentándole que había desaparecido cuando él estuvo a verla. En aquel
momento comprendió que la joven a la que disparó aquel día de niebla era María.
Calló y lloró.
Tiempo
después, ya en los años 30 del siglo pasado, un joven descendiente de Juan,
apareció por Malpartida. Tomó el camino de las viñas y buscó el lugar con la
cruz señalada en la pizarra de la que tantas veces le había hablado Juan.
Repasó el símbolo y colocó unos azulejos blancos y azules con un ramo de
flores. Ese lugar se diría en el futro: La
Tumba de la Moza Muerta.
Las mecedoras
bailan sus habaneras
con su son de
manigua y ron
y se abre el
balcón
suspira el
pregón…
(La Habanera es de Carlos
Cano y Mª Dolores Pradera: “La Novia del Embarcado”).
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